Lee Jung‑jae: el coreano de Squid Game que lleva décadas siendo leyenda

Written by peregrinacoreana.com

19/07/2025

Ganador del Emmy, estrella de Star Wars y director en Cannes, Lee Jung‑jae no es una moda viral. Esta es la historia de cómo se convirtió en uno de los actores más respetados del mundo.

Foto: Yoo Jun‑hyeok / Sports Kyunghyang

Nací en Corea del Sur, pero actué para sobrevivir en todo el mundo.

Lee Jung‑jae no dijo eso para impresionar. Lo dijo con la misma calma con la que camina en escena: sin urgencia, sin espectáculo, pero con una verdad que se queda resonando mucho después.

No fue el actor que corrió tras la fama. Fue el que aprendió a desaparecer, a callar, a elegir con paciencia cuándo volver.
Y cuando volvió, no pidió permiso.

Hoy todos lo conocen por Squid Game. Pero su historia —la que aún pocos conocen— comenzó mucho antes. Y lo más increíble es que aún no termina.

Cuando la fama no era el plan: los inicios de Lee Jung‑jae

Lee Jung‑jae en sus primeros años como modelo/actor (1990s) / tomada de Simple Resolution Web Log Miniaturas

Lee Jung‑jae nació el 15 de diciembre de 1972 en Seúl, en un país donde aún pesaban las cicatrices de la guerra, la dictadura y una economía en transformación. Su infancia no tuvo luces de reflectores: fue más bien silenciosa, marcada por el trabajo duro de sus padres y por una personalidad introspectiva que desde joven le hizo evitar el ruido innecesario.

Estudió diseño de interiores en la prestigiosa Universidad de Dongguk. Su destino, parecía, era embellecer vitrinas, no protagonizar películas. Pero trabajaba como camarero en un café de Apgujeong —un barrio elegante de Seúl— cuando un diseñador lo vio y le ofreció modelar. Era 1993, y Lee aceptó con la tranquilidad de quien aún no sospecha que está a punto de ser devorado por los flashes.

Ese mismo año debutó en televisión con el drama escolar Dinosaur Teacher, y al año siguiente lo vimos en Feelings, una comedia romántica ligera. Su presencia no era solo atractiva: tenía una densidad emocional que no se explicaba por su poca experiencia, sino por algo más profundo. En palabras de su amigo y socio Jung Woo‑sung, “Lee nunca actuaba para gustar. Siempre parecía estar sosteniendo algo que no decía”.

Pero el punto de quiebre llegó en 1995. Sandglass, una de las series más impactantes en la historia de la televisión coreana —centrada en la represión política y las luchas sociales de los 80— lo eligió como guardaespaldas. No era protagonista, no tenía diálogos extensos. Y, sin embargo, su personaje se convirtió en uno de los más recordados de toda la serie. Su rostro hierático, su forma de mirar sin titubear, y esa presencia firme y melancólica bastaron para convertirlo en símbolo. Las revistas lo llamaron “el hombre más guapo de Corea”, pero para el público ya era mucho más que eso: era una figura arquetípica, el silencioso testigo de la violencia, el soldado emocional del trauma coreano.

Tras el fenómeno televisivo vino el servicio militar obligatorio. Pero en lugar de desaparecer, Lee volvió decidido a dejar atrás la etiqueta de galán. Se reinscribió en la universidad, perfeccionó su actuación y se lanzó al cine con una película que marcaría su transición: An Affair (1998), dirigida por E J-yong, su primer gran papel donde interpretó a un hombre casado que se enamora de la hermana de su esposa, que le valió el premio Blue Dragon como Mejor Actor y lo consagró en el cine de autor coreano.

Entre géneros, silencios y personajes rotos

Imagen: escena de The Housemaid (2010) / FilmAffinity

Después de An Affair (1998), Lee Jung‑jae se volvió una cara familiar del cine coreano. Tenía todo para consolidarse como galán, pero nunca se acomodó del todo en ese lugar. Su elección fue moverse. Buscar.

A inicios de los 2000 hizo de todo: romances sobrios como Il Mare, melodramas como Last Present, comedias como Oh! Brothers. Algunos papeles funcionaron mejor que otros, pero cada uno dejaba claro que no quería repetirse. Que estaba tanteando el terreno. Probándose sin urgencias.

Con el tiempo, llegaron producciones más grandes: Typhoon, The Thieves, Assassination. Pero incluso en ese registro más comercial, Lee actuaba con contención. Nunca era el más ruidoso en escena, pero siempre el más presente. Había una tensión tranquila en su forma de mirar, de sostener el cuerpo.

The Housemaid (2010) marcó un punto de inflexión. Su personaje era frío, ambiguo, cruel sin mostrarlo. Y luego vino New World (2013), donde encarnó a un policía infiltrado atrapado entre lealtades rotas. Su actuación no gritaba: desgastaba. El conflicto se le notaba en la postura, en la forma de aguantar cada línea como si pesara.

A lo largo de esos años, Lee no fue necesariamente el actor más visible. Pero sí uno de los más coherentes. No elegía papeles por prestigio ni por estrategia. Elegía lo que le exigía algo nuevo. Y esa forma de trabajar —callada, meticulosa— terminó marcando un estilo.

Detrás del foco: la ética del silencio

Mientras su filmografía crecía, su vida fuera de cámaras se mantenía en un registro mínimo. No hacía variedades. No buscaba titulares. No abría la puerta de su intimidad. Desde 2010, está en pareja con Lim Se-ryung, empresaria e hija del presidente del conglomerado Daesang Group. Pero rara vez se muestran juntos. No porque esconda algo, sino porque no ve sentido en exponer lo que quiere cuidar.

Foto: W Korea / “Certificado por paparazzi: el look de cita de Lee Jung‑jae♥Lim Se‑ryung en su año 11 como pareja” (enero 2025)

“Si ya estoy todo el tiempo en pantalla, ¿para qué mostrar más?”, dijo una vez. No era arrogancia. Era una forma de preservar algo de sí.

En 2016 fundó Artist Company junto a su amigo Jung Woo‑sung. Más que una agencia, fue un proyecto de refugio: dar a otros actores un espacio donde elegir sin miedo. Y en 2022, debutó como director con Hunt, un thriller político ambientado en los años 80. Lo escribió, lo dirigió y lo protagonizó. Lo presentó en Cannes. Lo aplaudieron de pie.

Lee nunca buscó ser multifacético por ambición. Lo fue por necesidad. Porque entendió que si no contaba ciertas historias él mismo, quizás nadie más lo haría.

Durante los años 2010, mientras muchos contemporáneos aceptaban papeles seguros, él desaparecía por temporadas. Pero no se iba. Estaba pensando. Escogiendo. Preparando algo que lo desafiara. Por eso, cuando Squid Game llegó, no lo hizo como un regreso. Fue una irrupción. Un nuevo inicio.

Squid Game: la grieta que lo hizo universal

Imagen: Lee Jung‑jae como Seong Gi‑hun en el teaser de Squid Game Temporada 2 / Entertainment Weekly

Lee Jung‑jae llevaba más de 25 años actuando cuando leyó el guion de Squid Game. Pensó que el papel no era para él. “Soy demasiado conocido para este personaje”, dijo en una entrevista, temiendo que la gente no pudiera ver a Gi-hun sin ver a Lee detrás. Pero el director Hwang Dong-hyuk insistió. Y menos de un año después, ese personaje lo haría entrar en la historia del audiovisual mundial.

Seong Gi-hun, el jugador 456, es un hombre quebrado. Endeudado, avergonzado, incapaz de cuidar a su hija o a sí mismo. Lee lo construyó desde las grietas, no desde la heroicidad. Y fue ese enfoque —la dignidad silenciosa del fracaso— lo que conectó con millones. No era solo un protagonista: encarnaba una pregunta que muchos llevamos dentro. ¿Hasta dónde llegamos cuando el mundo nos arrincona?

Cuando Squid Game se estrenó en Netflix en septiembre de 2021, nadie esperaba lo que vino después. En 17 días, fue vista por 111 millones de personas. Superó a Bridgerton, La casa de papel, todo. Se volvió un fenómeno global, un disfraz de Halloween, un meme, un símbolo del capitalismo tardío, una obsesión cultural.

Y en medio de todo eso, estaba Lee. Ganó el Emmy al Mejor Actor en Serie Dramática, el primero para un asiático en esa categoría. También el SAG Award, el Critics’ Choice. Lo invitaron a la MET Gala, lo ficharon en Star Wars: The Acolyte, lo entrevistaron en todo idioma imaginable.

Pero él no se dejó desbordar. “Actuar no es una recompensa. Es una búsqueda”, dijo en Esquire. “Y este personaje me hizo sentir miedo de nuevo, pero también gratitud.”

En otra entrevista, confesó que durante el rodaje lloraba por dentro: no por el drama en sí, sino por cómo el dolor de Gi-hun le tocaba puntos ciegos propios. “A veces no podía dormir. Sentía que me estaba vaciando.”

No necesitaba esta serie. No la buscó. Pero la abrazó con el mismo rigor con el que había abrazado películas pequeñas en el pasado. Y fue esa coherencia —esa negativa a actuar distinto solo porque ahora lo veía el mundo entero— lo que lo convirtió en una figura distinta.

Squid Game no solo lo lanzó al estrellato global. Lo colocó en el centro de un debate sobre representación, visibilidad asiática y la madurez del cine coreano. Pero a él lo que más le importaba era que el personaje tuviera verdad.

No volvió a ser el mismo. Pero tampoco se convirtió en otro. Y eso, en tiempos de fama fugaz, es casi una revolución.

*Imagen de portada: Lee Jung-jae en la premiere de Squid Game Temporada 2 en Seúl (9 de diciembre de 2024) / Fuente: Just Jared